lunes, 10 de octubre de 2011

A todos los que encontréis convidadlos al banquete


NARCISO-JESÚS LORENZO

Domingo XXVIII del tiempo ordinario – Ciclo A

“A todos los que encontréis, convidadlos a la boda” (Mateo 22,1-14)

Con sucesivas parábolas, primero de la viña, imagen del pueblo de Dios, ahora con la del banquete de bodas del hijo de un rey, Jesús va dejando bien claras las cosas. Quién es él y cuál es la actitud, ya sin tapujos, de los dirigentes del pueblo. Lo que está en juego es el cumplimiento de las esperanzas de los hombres y mujeres santos de Israel, la llegada del Mesías y la instauración del reinado de Dios. Pero lo que está ocurriendo es que los primeros destinatarios de esta promesa divina, no sólo no quieren nada con Jesús, sino que planean su eliminación. «Matemos al hijo, así nos quedaremos con la herencia». En esta parábola los convidados a la boda desprecian la invitación. O no quieren ir, o no están dispuestos a dejar lo que están haciendo, llegando incluso a maltratar y matar a los enviados.

La parábola tiene una actualidad extraordinaria porque son tantos los que no quieren nada con la fe. Son muchos los que no están dispuestos a dejar nada de su vida por los compromisos de la vida cristiana, entre ellos la participación en la Eucaristía. Como sucedió con los profetas o con el mismo Jesús, son, también, numerosos los que, si pueden, hostigan o persiguen a los cristianos. Según algunos observatorios sociales como el diario inglés «Gospel Herald» «el Cristianismo es ahora mismo la religión más perseguida del mundo y cada cinco minutos es asesinado un cristiano».

La imagen del banquete de bodas, símbolo del Reino de Dios que llega con Jesús, el Esposo entregado y fiel de la humanidad, sirve igualmente para comprender el significado más íntimo y místico de la Eucaristía, que es llamada banquete eucarístico al que están invitados todos los hombres y todos los pueblos de la tierra. Qué hermoso ha sido participar de este convite y experimentar, con motivo de la JMJ en la explanada de la Catedral con nuestro obispo, o en Cuatro Vientos en torno al Santo Padre el Papa, una emoción compartida: la alegría de creer todos en Jesús, vivo, resucitado, presente y elevar todos, de tantos lugares y de tantas lenguas, oraciones y cantos como una solo voz, gracias a una preciosa herencia de plegarias e himno latinos como el «Pater noster», «Gloria in excelsis», «Agnus Dei», o en griego como «Kyrie eleison», o en hebreo como «Aleluya» o Amén. Podrían parecer «añejos» estos, pero el sentirte como en tu propia casa cuando celebras la Eucaristía en cualquier parte del mundo o el saber que, además de participar de la misma fe y del mismo Pan, también podemos rezar en algún momento en una misma lengua, por vieja que sea, es siempre un don y una señal de ese banquete universal que es la Santa Eucaristía.

La Opinión-El Correo de Zamora, 9/10/11.

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