domingo, 8 de mayo de 2011

Torpes y necios


FRANCISCO GARCÍA MARTÍNEZ

Domingo III de Pascua – Ciclo A

"A ellos se les abrieron los ojos" (Jn 24, 13-45)

Todos sabemos que tenemos una asombrosa capacidad de filtrar la información que nos llega con acuerdo a lo que queremos, deseamos o tememos. Nuestros intereses, nuestras esperanzas, nuestros miedos, nuestros recelos... ejercen sobre nosotros un dominio mucho mayor del que quisiéramos reconocer a la hora de escuchar y comprender. Esto se concreta muchas veces en la incapacidad de entender lo que Dios nos dice, pues nos aferramos a la imagen que tenemos de Él y que a veces defendemos con uñas y dientes incluso frente a lo que escuchamos en el evangelio.

Hoy este evangelio nos señala cómo Jesús resucitado se acerca a unos discípulos que le habían acompañado, escuchado, creído, pero no habían superado su terrible muerte porque sólo habían sabido o querido escuchar las palabras sobre el poder y la alegría del Reino de Dios. Sin embargo, Jesús había hablado también de la dureza del corazón humano y de cómo había que sufrirlo con paciencia y con perdón para manifestar y hacer eficaz así el amor de Dios. Había hablado de la muerte que cada criatura como una semilla había de aceptar para que Dios la hiciese definitivamente fecunda en su eternidad... Pero, ¿quién quería oír esto?

¿No queremos también nosotros escuchar sólo esa parte del evangelio que habla de paz y armonía, de bienestar y tranquilidad, del «con Dios nada me pasará»...? La vida, sin embargo, no es así. La muerte no siempre es justa en sus elecciones, los que sufren no siempre son los que lo merecerían, los trabajos bien hechos no siempre dan buenos resultados... Y cuando esto pasa, cuando esto nos pasa, volvemos a casa sospechando que ni la fe ni el amor valen del todo para esta vida porque no dan resultado.

Creer en la resurrección no es lo mismo que creer en un Dios poderoso que organiza el mundo y la historia en todo lo que pasa, sino creer que sus planes de vida plena se cumplen siempre para los que se dejan envolver por ellos en fe y amor, aunque aquí y ahora sólo se vean las heridas que esta forma de vida conlleva. Quien no escucha esto, cuando los cristianos después de ver a Cristo crucificado nos quejamos todo el día de que «la gente es mala», de que «Dios olvida»... todavía no hemos escuchado que «el Mesías tenía que padecer» como nosotros en este mundo caduco e injusto, pero que Dios le ha resucitado para que todos vivamos en esperanza. Quizá debamos preguntarnos si no merecemos esas palabras de Jesús a los de Emaús: «Qué torpes y necios sois para creer lo que anunciaron los profetas».

La Opinión-El Correo de Zamora, 8/05/11.

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