jueves, 28 de abril de 2011

Hasta entonces no habían entendido


JOSÉ ÁLVAREZ ESTEBAN

Año tras año, con el paso del tiempo, las ciudades han ido creando sus propias maravillas. También Zamora. La iconografía religiosa, esa que hemos vulgarizado con el nombre de «pasos», ha sido tallada a golpes de fe y es desde la fe como se puede hacer una correcta lectura. Es visible en estos días de la Semana Santa por Zamora el deterioro de algunos comportamientos, el deterioro también de la cosmética ciudadana en el casco antiguo de la ciudad. Es laudable el esfuerzo realizado en «tapar» los desperfectos. Enhorabuena a quienes han tenido la feliz idea de colocar esos grandes carteles fotográficos, memoria y liturgia de un pasado religioso, espejo público donde mirarse, ya que no siempre reconocerse. El tiempo es inexorable. Quizás esas fotografías, en su perdido color, hayan sido más consistentes que el corazón moral de la ciudad, acusen y condenen a su modo esos desórdenes interiores que, año sí y otro también, refleja nuestra Semana Santa.

Hay una frase que siempre me ha impactado en esta representación, este drama, de la condena a muerte de Jesús: «Caiga su sangre sobre nosotros y nuestros hijos». El rechazo es unánime, es el pueblo entero quien la dice y quien la asume y no solo las autoridades judías. Una bravata esa afirmación, una salida de tono, diríamos, si no fuera porque en ella va firmada la muerte de Jesús. Y una ganancia y un beneficio para quienes en el tiempo han usufructuado y siguen beneficiándose de esa muerte. Su sangre ha caído y sigue cayendo sobre nosotros, el creyente se baña en esa sangre, lava sus vestidos, hace blanca y traslúcida su vida, se engalana para Dios.

Cuando se trata de afirmar la Resurrección de Cristo la lógica ordinaria se carga de dudas. La Resurrección es más que un postulado. Tampoco nosotros entendemos muchas cosas. ¿Qué quieren que les diga?, aquí el peso de la razón va sustituido por el obsequio de la fe. La fuente de certezas de las religiones no depende de la razón sino de una peculiar experiencia de lo divino, que ilumina la conciencia y transforma la vida. Vivimos en un momento duro y truculento y, si la miramos desde nosotros mismos, la fe se hace cada vez más sudada, más dolida. En el actual momento social y político la Iglesia, comunidad de creyentes, levanta la cabeza hacia su Señor crucificado, de quien se convierte en testigo. Sólo en las misteriosas ecuaciones del amor hay una lógica. El creyente colma el morral de su fe en la mañana de la Resurrección. En el sepulcro vacío de Jesús la cruz se vuelve esperanza, la salud nace de la herida.

La Opinión-El Correo de Zamora, 24/04/11.

No hay comentarios:

Publicar un comentario