lunes, 31 de enero de 2011

Justicia y moderación


JOSÉ ÁLVAREZ ESTEBAN

Cuando las fechas marcan el fin de enero el instinto salesiano, la vida más bien de quien esto escribe, hace parada y fonda. Mañana, lunes, es la festividad de San Juan Bosco. El mundo de los jóvenes y de la educación parece tema obligado y hacia ahí han ido comentarios anteriores. Pero hay un aspecto en la biografía del fundador de los Salesianos que se revela menos conocido, y es el que se refiere al ambiente político-social que le tocó vivir al inicio de su obra educativa. 1848 fue el año en el que el joven sacerdote Juan Bosco salió a la calle con el propósito de hacer el poco bien que pudiera a los jóvenes abandonados, el mismo año en el que estallaron las naciones europeas como depósito de municiones. En las barricadas de las distintas naciones y ciudades, codo con codo, el patriota que exigía la independencia, el liberal que quería la Constitución y el obrero que luchaba contra quien le obligaba a trabajar 12 ó 14 horas al día. En enero de ese 1848 Marx escribía el «Manifiesto a los comunistas». En ese ambiente proliferaron las bandas que proferían insultos y apedreaban las casas religiosas, la prensa antirreligiosa que se vendía en la calle, los debates en la Cámara de proyectos de ley que chocaban frontalmente con la vida y la normativa moral de la Iglesia.

La historia es modorra y de tanto en tanto nos devuelve y recrea estas o parecidas circunstancias. La lectura atenta de ese 1848 en Italia y en Europa da pie a otra del momento actual en el que de nuevo se está por la marginación y el intento de excluir la religión del discurso público, la supresión de símbolos religiosos como el crucifijo, el cierre de templos, las campañas publicitarias irrespetuosas con el hecho religioso. En ambientes políticos de aquí no se entendieron (o se entendieron demasiado bien) las palabras del Papa que ponía en guardia contra la deriva laicista y clamaba por la libertad religiosa. Quien haya leído con atención el «Jesús de Nazaret» de Benedicto XVI puede toparse con una cita de Heinrich Schlier donde se dice que los enemigos del cristianismo no son hoy en día éste o aquél, no tienen rostro definido sino sólo denominaciones colectivas que están creando una atmósfera adversa, una contaminación del clima espiritual que amenaza a la humanidad en su dignidad. G. K. Chesterton, en el prólogo de «El hombre eterno», pone rostro e identificación a este clima creado por quienes «no pueden ser cristianos y no pueden dejar de ser anticristianos. El único aire que respiran es un aire de rebeldía. Su anticlericalismo se ha convertido en una atmósfera de negación y hostilidad de la que no pueden escapar». A esa atmósfera se refería Benedicto XVI. «No se trata, dice, de una condena, sino de una advertencia que quiere salvar». Sólo quien se ve retratado puede sentirse ofendido. Justicia y moderación son el antídoto.

La Opinión-El Correo de Zamora, 30/01/11.

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