domingo, 16 de enero de 2011

De dioses y hombres


JOSÉ ALBERTO SUTIL LORENZO

De entre todas las familias religiosas monásticas, siempre me han atraído los cistercienses. En España conocemos a estos monjes blancos -diferentes de los monjes negros o benedictinos, por el color de sus hábitos- sobre todo a partir de la reforma trapense. En nuestras tierras se nos hacen especialmente cercarnos a través del Beato Rafael, profeso en el monasterio de San Isidro de Dueñas (Palencia). Será por la simplicidad de su vida, por su tierna devoción a la Virgen María o por la fascinante historia de sus fundadores, con San Bernardo como insuperable tarjeta de visita. El caso es que todo lo cisterciense, todo lo trapense me llama la atención. Acaba de llegar a las salas de cine de nuestra ciudad una película francesa que cuenta precisamente el martirio que siete de estos monjes trapenses sufrieron en Argelia, en las montañas del Magreb, allá por los años noventa. Ocho monjes cistercienses vivían allí en perfecta armonía con la población musulmana, trabajando con ellos y celebrando su propia vida de fe. Pero la inestabilidad política altera el suave testimonio y el ritmo de la comunidad. El ambiente se enrarece de tal modo que llegan a ofrecerles protección oficial. Y los ocho monjes se reúnen para decidir si se van o se quedan. Cada uno va pronunciándose al respecto, informando a los demás de sus razones. El más anciano, sin embargo, advierte que no lo tiene claro, que no deben precipitarse, que es necesario rezar juntos primero y después decidir… «Somos como pájaros sobre una rama, no sabemos si nos iremos», dice uno de los hermanos al comentar la situación con la gente del lugar. «Los pájaros somos nosotros, y ustedes la rama», le responde con fuerza una voz de mujer. El festival de Cannes otorgó a esta película el premio especial del jurado en su última edición. Está nominada también para los Oscars. Pero lo más importante es que cuenta la historia de unos cristianos que han dado testimonio de su fe y cuya sangre, como sabemos desde los primeros siglos, es semilla de nuevos cristianos. Cuando en 2001 un periodista americano preguntó al cardenal de Colonia qué era lo más importante que el catolicismo alemán del siglo XX debiera transmitir a la Iglesia alemana del siglo XXI, monseñor Meisner respondió sin dudar: «los ochocientos nombres escritos en el Libro de los mártires». Aunque no sea políticamente correcto, ni forme parte de la alianza de civilizaciones…

La Opinión-El Correo de Zamora, 16/01/11.

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