domingo, 7 de noviembre de 2010

Dios no es Dios de muertos, sino de vivos


NARCISO-JESÚS LORENZO

Domingo XXXII del tiempo ordinario – Ciclo C

“No es Dios de muertos sino de vivos: porque para él todos están vivos” (Lc 20, 27-38)

Se ha dicho, hasta la saciedad, que la celebración eucarística ofrece a los fieles dos mesas: la Mesa de la Palabra y la Mesa Eucarística. Debiera servir la imagen para despertar el «hambre» y la «sed» de espiritualidad, de luz ante los interrogantes de la existencia, pero sobre todo, de diálogo y de comunión con el Señor, que es el Verbo-Palabra de Dios y que es Pan de Vida. No hay duda de que si no se despierta o crece este «apetito» la situación espiritual de los «asiduos» a la Misa puede derivar no sólo en inapetencia hacia Eucarística, sino en algo mucho peor, como en una especie de anorexia espiritual, sin apetito alguno, hasta las nauseas, hacia la Palabra de Dios y la Comunión.

Que la Palabra nutre es claro. Fijémonos como Jesús ante la maliciosa pregunta de los saduceos, -con la que pretendían ridiculizarle y negar la resurrección-, sobre de quién será mujer la viuda de siete hermanos cuando resuciten los muertos, responde afirmando categóricamente: «estáis muy equivocados. No comprendéis la Escritura, ni el poder de Dios», Dios «no es Dios de muertos, sino de vivos».

Entonces y ahora el juego de las palabras y la habilidad dialéctica para construir sofismas siguen queriendo hacer frente a la verdad del Evangelio. También sobre el destino último de la existencia humana. Sólo hay que ver la cantidad de ideas que se vierten sobre el llamado «más allá», especialmente estos días de Santos y Difuntos. La cultura dominante, que ya no diviniza la racionalidad, como en Notre-Dame la Revolución Francesa, sino el escepticismo y el consenso interesado, al igual que ha consolidado la idea de que no existen verdades sobre esta vida, tampoco más allá de ella. El «nada es verdad y ni mentira» también se lo han creído los muertos que andan, «los pobres», sin saber dónde meterse. Sin cielo, ni infierno, ni purgatorio donde ir a «dar con sus huesos». En el mejor de los casos intentando llamar la atención de los vivos a través de médiums, «santasmuertes» o fiestas de disfraces «halloweendeses».

Nosotros, sin más, nos remitimos a la Palabra de Cristo, que es el único que pude decir algo-todo sobre la muerte, porque él es único que ha resucitado. A la luz de su Palabra sabemos que con la muerte el ser humano, en cuanto alma, comparece ante Dios misericordioso para participar de la salvación o para ser purificado, y sólo en el caso de haberse negado obstinadamente a la redención, precipitase en el abismo de la condenación. Pero también esperamos la resurrección del cuerpo, y lo que es más importante aún: entrar en una plenitud de vida junto a Dios nuestro Padre, unidos a Jesús nuestro Salvador.

La Opinión-El Correo de Zamora, 7/11/10.

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