domingo, 31 de octubre de 2010

Zaqueo, jefe de publicanos


JESÚS GÓMEZ FERNÁNDEZ

Domingo XXXI del tiempo ordinario – Ciclo C

“El Hijo del Hombre ha venido a buscar y a salvar lo que estaba perdido” (Lc 19, 1-10)

La ciudad de Jericó está considerada como la ciudad más antigua del mundo. Los israelitas la llamaban “la ciudad de las Palmeras”. Por sus 18 kms. de palmeral según testimonio del incansable viajero Estrabón, y sus dátiles tenidos en Roma como los mejores del mundo, por su arboleda de bálsamo y sus huertos feraces, Flavio Josefo la llamó “ciudad divina”. El año 30 a.C. el emperador Octavio Augusto se la apropió y en tiempos de Cristo era una ciudad romana. Sus propietarios vivían fuera y arrendaban sus posesiones. Dadas sus riquezas y su título de jefe de publicanos, es casi seguro que Zaqueo era un arrendatario.

Los evangelios mencionan frecuentemente a los publicanos. El pueblo judío tenía que pagar 1º) el tributo que Roma arbitrariamente le marcaba, 2º) lo que por su cuenta añadiría Pilatos, 3º) las ganancias de quien, gracias a su fortuna, adelantaba el pago de este amañado tributo y se resarciría al cobrarle al pueblo los impuestos y 4º) las ganancias de los recaudadores de impuestos, judíos, publicanos de mote, que subarrendaban el cobro directo de una porción de impuestos. Su título de “presidente de publicanos” nos permite suponer que era un publicano con recaudadores a su servicio.

Hoy todos los habitantes de Jericó están en la calle. El profeta de Nazaret visita la ciudad; un profeta que no tiene el más mínimo reparo en codearse con los publicanos. Zaqueo seguramente lo sabe y quiere verlo. ¡Buena le espera! En cuanto Jesús lo vio, a las primeras de cambio se auto-invitó: “Rápido, que hoy me quedo en tu casa”.

La gente protesta. Jesús no se inmuta: “Hoy ha venido la salvación a esta casa”. Arrepentido de sus muchas injusticias, Zaqueo reparte la mitad de sus bienes entre los pobres, con el resto restituye el cuádruplo a quienes ha robado y algo –digo yo– le quedará en la cartera. Era rico de verdad. En los años 50 una pieza de teatro, La Muralla, tuvo mucho éxito; trajo la salvación a algunas casas: ricos convertidos en Zaqueos. Cuando se piensa seriamente en Dios, un Dios padre, pero que no es indiferente al comportamiento de sus hijos y les exige justicia y caridad verdadera bajo pena de condenación, no valen bromas. Y al bifurcarse el camino: o cielo o infierno, o salvación o condenación, el hombre sensato elige el primer camino, como hizo Zaqueo. Salvación y camino que lleva al cielo son la misma cosa.

La Opinión-El Correo de Zamora, 31/10/10.

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