sábado, 2 de octubre de 2010

Urget nos


LUIS SANTAMARÍA DEL RÍO

Así, en latín. Son las palabras que concluyen la frase que puede leerse en la cruz que pende del cuello de las Hermanas del Amor de Dios: «Caritas Christi urget nos». Dirigidas originalmente por el apóstol Pablo a los fieles de la ciudad de Corinto, las han tomado estas religiosas, al igual que otros institutos consagrados de la Iglesia (por ejemplo, nuestras también queridas Hijas de la Caridad) para recordarse -y recordarnos- eso mismo que expresan: la caridad de Cristo nos urge, el amor de Cristo nos apremia.

El pasado jueves se clausuró en la Catedral de Zamora el bicentenario del nacimiento de Jerónimo Usera, un hombre del siglo XIX que hizo un poco de todo, urgido por el gran amor de su vida, Jesús. Digo que hizo de todo porque, si repasamos su biografía, lo encontramos primero con el hábito blanco en la abadía cisterciense de Oseira, y después en ese enclave privilegiado que es San Martín de Castañeda. Tras la exclaustración, el Padre Usera se convierte en un cura de pueblo más (de varios pueblos, ya entonces), en el entorno de Pedralba de la Pradería. Los años pasan y Jerónimo no para quieto, y lo vemos dando clases en la Universidad y estudiando Teología en Madrid, yendo como misionero a África o como canónigo en Cuba y Puerto Rico. En cargos y cargas diversos, y siempre con una preocupación: los pobres y su educación. En 1864 es cuando su sueño (sus hijas, las religiosas, lo llaman el carisma) se hace realidad en una propiedad que el obispo de Zamora tenía en Toro, y las once primeras hermanas «de hábito azul» comienzan una historia que dura hasta hoy, y que se extiende por todo el mundo. Junto a esta fundación y a esta familia religiosa, la biografía del padre Usera nos deja muchos datos de su preocupación por los mendigos, su lucha por los derechos de los esclavos y, siempre presente, la instrucción de los niños.

El amor de Cristo le urgió. Le quemaba dentro, y sus 80 años de vida, bien moviditos, dieron de sí, y dieron buen fruto. Las Hermanas del Amor de Dios, aquí y más lejos, en colegios y residencias, en pueblos y en ciudades, son presencia discreta y efectiva de un amor que va más allá de este mundo o, mejor dicho, que viene de más allá. Desde el agradecimiento por lo que sembró el Padre Usera, declarado venerable por la Iglesia, los creyentes sintámonos urgidos también por el amor de Cristo. Y los no creyentes, preguntaos por la fuente en la que bebió un sencillo cura madrileño cuya sabiduría se condensa simplemente en «decir la verdad y hacer el bien».

La Opinión-El Correo de Zamora, 3/10/10.

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