domingo, 4 de julio de 2010

Cursillos prematrimoniales en el cine


JOSÉ ALBERTO SUTIL LORENZO

El jueves pasado acudí a una de las salas de cine de nuestra ciudad para ver «Eclipse», la tercera película de la saga «Crepúsculo». Para quien no haya oído hablar de ella, se trata de una romántica historia de amor entre la adolescente Isabella Swan y Edward Cullen, un extraño vampiro, pues al igual que los miembros de su familia, Edward ha conseguido dominar su sed de sangre humana y solo se alimenta de animales. Tanto la autora de los libros, Stephenie Meyers, mormona confesa, como el director de la película, David Slade, han querido presentar a Edward como un símbolo de la pureza y de la castidad. De hecho, esta tercera película comienza y termina con sendos e interesantes diálogos entre los protagonistas. Un paisaje campestre, alfombrado de flores, sirve de marco ideal para el desarrollo de estas dos escenas. Desde el comienzo de la saga, Edward ha sido bastante más reacio que Bella a mantener reacciones sexuales, no solo porque, dada su condición, resultaría peligroso y podría matar a su chica, sino porque Edward es una «rara avis», «de la vieja escuela» dice él, que cree en el sexo como lenguaje y culminación del amor y en la virginidad hasta el matrimonio. Todo un caballero romántico que quiere hacer las cosas bien. Así se lo hace saber a su pareja, pero esta le tacha de anticuado y tradicional. Ante la afirmación de Bella de que «el matrimonio es solo un trozo de papel», Edward responde: «de donde yo soy, el matrimonio es el modo de decir te quiero». Para Edward, matrimonio y compromiso fiel de felicidad son la misma cosa. Aunque él mismo no tenga alma, llega a decir Edward a su amada, por nada del mundo arriesgaría la suya (o sea que deduzco que el sexo sin amor tiene que ver con el alma, interesante). El vampiro es duro de pelar, no se deja impresionar fácilmente. «Quiero unirme a ti de todas las formas humanamente posibles», le dice Bella a su chico. Edward sonríe y apostilla: «empezando por una boda». Cualquiera diría que este apuesto vampiro se ha leído la «Teología del cuerpo» de Juan Pablo II y que en su mesilla de noche está abierta la Biblia por el Cantar de los Cantares. ¿Será que con la perspectiva que dan los años el inmortal Edward conoce bien el fracaso de la ¿revolución sexual? Al final de «Eclipse», los dos protagonistas están echados en el mismo campo de malvas que al principio. «Dos de cada tres matrimonios acaban en divorcio», dice Bella mirando a su amado. «Bueno, apostilla Edward, creo que el índice de divorcios entre vampiros y humanos es algo inferior...». ¿Y si en la frase anterior cambiamos «vampiros y humanos» por «cristianos»? A lo mejor ahí está el quid de la cuestión... Por cierto, les confieso que no sé qué me cabreó más, si la insensatez y niñatería progre de Bella o las risas en la sala del cine ante el valiente y humano planteamiento de Edward.

La Opinión-El Correo de Zamora, 4/07/10.

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