lunes, 21 de junio de 2010

Personas con vocación


ÁNGEL CARRETERO MARTÍN

En esta época de muchos y grandes cambios se hace cada vez más urgente y esencial que tomemos conciencia de nuestra vocación de un modo bien concreto: permitiendo que los demás descubran y acepten la llamada personal que reciben de lo alto. No lo digo yo, sino Amedeo Cencini, posiblemente quien más y mejor reflexiona y escribe sobre estos asuntos.

Nadie negará que en estos últimos años se ha hablado mucho sobre las diferentes vocaciones en la vida de la Iglesia. Pero quizá no nos hemos preguntado tanto por la proporción que hay en cada uno de nosotros entre nuestra condición de llamados y nuestra condición de llamantes. No lo dudemos: en la Iglesia de Jesús quien es llamado debe ser alguien que llama. Quizá sea esta la intuición de fondo en el tema elegido por el papa Benedicto XVI en su mensaje para la XLVII Jornada Mundial de Oración por las Vocaciones: «El testimonio suscita vocaciones».

Ahora bien, para preguntarnos por nuestra condición de llamantes y testigos es necesario que antes nos hagamos un examen de conciencia sobre lo que estamos haciendo con nuestra vida, sobre la actitud con que asumimos el presente, sobre cómo vemos el futuro. Es verdad que no faltan quienes piensan que hoy ya no está de moda hacerse este tipo de preguntas; nos hemos hecho cómodos y recelamos implicarnos en ideales o grandes proyectos de futuro. Pero es un derecho y una obligación que nos paremos a comprender hacia dónde se encaminan nuestros pasos y decidirlos más libremente. Es la pregunta por la vocación o la pregunta por la felicidad.

A veces dudo si los jóvenes de mi edad son verdaderamente felices; no porque se les vea tristes o insociables sino porque no tienen fondo y horizonte. De lo que sí estoy seguro es de que a determinadas instancias les interesa que no lo tengan para que así puedan ser más fácilmente manipulados por criterios ideológicos o mercantilistas. Además uno ya se empieza a cansar también de esa atmósfera cultural de nuestros mayores desnortados que nos envejecen con esa lista de etiquetas tremendas que recogen los sociólogos: «generación sin padres ni maestros», «corazones violentos», «jóvenes desaprovechados», «los no participantes y confusos», «los indecisos e inseguros», «los no sacrificados ni apasionados», etc.

Va siendo hora de salir de este clima de aborregamiento cultural y de indiferencia hacia los valores que nos hacen personas con «vocación». Y que nadie entienda dicha palabra como algo exclusivo de curas y monjas, sino como el proyecto para el que uno ha sido pensado, la opción por un determinado sentido de la existencia y la colaboración personal al bien de todos.

La Opinión-El Correo de Zamora, 20/06/10.

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