lunes, 29 de marzo de 2010

El obispo preside el Miércoles Santo la Misa Crismal


El obispo de Zamora, Gregorio Martínez Sacristán, presidirá el próximo Miércoles Santo la Misa Crismal en la Catedral, acompañado por la mayor parte del clero diocesano. Será a las 11 de la mañana, y en ella los sacerdotes renovarán las promesas de su ordenación, se bendecirán los óleos de los catecúmenos y de los enfermos, y se consagrará el santo Crisma.

Zamora, 30/03/10. El próximo Miércoles Santo (31 de marzo), la mayoría de los sacerdotes de la Diócesis de Zamora se darán cita en la Catedral para concelebrar la Misa Crismal, que presidirá el obispo diocesano, Gregorio Martínez Sacristán, a las 11 horas. A esta celebración están invitados todos los fieles, que cada año van llenando más el primer templo zamorano.

La Misa Crismal es la primera de la liturgia del Jueves Santo, anterior a la Misa de la Cena del Señor, y en muchos lugares se adelanta, como en Zamora, para facilitar la participación de los sacerdotes y del pueblo. Porque en esta celebración, como señala en su carta de convocatoria el vicario general, Juan Luis Martín, “los presbíteros renovaremos ante el Pueblo de Dios las promesas sacerdotales de la Ordenación”.

Además, en esta eucaristía el obispo consagra el Santo Crisma y bendice los óleos de los catecúmenos (empleado en el bautismo) y de los enfermos (empleado en la unción de los enfermos, de ahí el nombre de “Misa Crismal”.

La palabra “crisma” proviene del término griego chrisma, que significa unción (y por ello Cristo significa ungido, Mesías). Así se llama al aceite y bálsamo mezclados que el obispo consagra este Miércoles Santo por la mañana, y que servirá para ungir a los nuevos bautizados, signar a los confirmados y ordenar a sacerdotes y obispos. En una procesión solemne los óleos son llevados al presbiterio de la Catedral en tres ánforas que se guardan antes en el Coro, para ser bendecidos.

Por eso Juan Luis Martín afirma que “en la Misa Crismal pediremos por los que van a recibir el Bautismo y la Confirmación para que sean testigos fieles de Jesucristo en esta sociedad que tanto invita a lo contrario. Asimismo, tendremos presentes a quienes, envueltos en la niebla de la enfermedad, el dolor y la ancianidad, van a recibir la Unción. Y al recordar a quienes vayan a ser ungidos en el sacramento del Orden, suplicaremos al Señor que haya jóvenes con el corazón bien dispuesto al don de su llamada al ministerio sacerdotal”.

Están convocados todos los sacerdotes y seminaristas, consagrados, movimientos y cofradías, y todos los fieles en general, para participar en una celebración que quiere “reconocer a Jesucristo como profeta, sacerdote y Señor de su pueblo, manifestar el ministerio del obispo en la diócesis como signo especial de Jesucristo, y expresar la unidad de todo el presbiterio en torno a Cristo y al obispo y estimular su fidelidad en el servicio a toda la comunidad diocesana”, en palabras del vicario general.

domingo, 28 de marzo de 2010

Beata Bonifacia Rodríguez: una vida ligada a Zamora, y un milagro para la santidad


La Madre Bonifacia, fundadora de las Siervas de San José, fallecida en Zamora en 1905 y beatificada por Juan Pablo II en 2003, muy pronto será proclamada santa de la Iglesia, después de que Benedicto XVI haya autorizado la promulgación del decreto donde se reconoce un milagro realizado por su intercesión.

Zamora, 28/03/10. Recogemos tres documentos de interés relativos a la próxima canonización de la beata Bonifacia Rodríguez Castro, fundadora de las Siervas de San José y fallecida en la ciudad de Zamora: un resumen del milagro que ha sido reconocido oficialmente por Benedicto XVI ayer, un resumen biográfico de la Madre Bonifacia, y una explicación del proceso que se sigue para declarar la santidad de una persona.

Un milagro para la santidad

Según se relata en la crónica del proceso que se ha seguido para el reconocimiento del milagro que llevará a la canonización de la beata Bonifacia Rodríguez Castro, calladamente, dulcemente, en el marco de la vida ordinaria, Bonifacia se hizo presente en la vida de Kasongo Bavon, comerciante congoleño de 33 años, que quería vivir para que su niña de tres años no quedase huérfana.

Era el 6 de junio. Bavon estaba gravísimo, no había esperanza para él. Nuestras hermanas del Congo y el médico de cabecera, Dr. Muyumba Mukana Patrick, comenzaron a rezar con fe a nuestra fundadora como única tabla de salvación para aquel joven padre que se les iba de las manos. Se les unieron en la oración los enfermeros del hospital. Y el 9 de junio, además, su padre y su cuñado, protestantes, y su mujer y el propio Bavon, neo-apostólicos, que acababan de conocer a Bonifacia.

Y, contra toda esperanza, Kasongo Bavon no se murió. Al día siguiente de la tercera operación, 10 de junio, desde la mañana temprano buscaba con ansia a Sacramento Villalón, Sierva de San José, para que le diera de comer. Era algo así como el signo de Jesús a Jairo cuando le devolvió a su hija, o al centurión cuando le dijo que su criado estaba curado: “dadle de comer”. Bavon se sentía curado y pedía de comer.

Sucedió en Kayeye (Katanga, República Democrática del Congo) en 2003, en el sencillo hospital que dirigimos las Siervas de san José. Se acababa de conocer a nivel privado la fecha de la beatificación de nuestra fundadora y la gravedad de Bavon coincidía con el aniversario de su nacimiento, 6 de junio. Todas las hermanas de la Delegación rezaron pidiendo por su intercesión la curación de Bavon.

Biografía de Bonifacia Rodríguez, fundadora de las Siervas de san José

Bonifacia Rodríguez es una trabajadora manual que nace en Salamanca (España) el 6 de junio de 1837. La experiencia de Dios crece y madura en ella al ritmo del trabajo, que ocupa el entero arco de su vida. El Dios que descubre Bonifacia tiene el rostro de Jesús, trabajador en Nazaret, al que sigue fielmente por el camino de la vida ordinaria en oración y trabajo y por el camino de la cruz en humillación y abandono.

Recibe la fe de sus padres en un taller de sastre, el de Juan Rodríguez, su padre. Con sólo 13 años aprende el oficio de cordonera, con el que comienza a ganarse el sustento a los 15, por muerte de su padre. Su taller de cordonera atrae a un grupo de chicas que se reúnen en él al calor del testimonio de vida y amistad de Bonifacia. Fruto de los ratos agradables que allí pasaban los domingos y festivos, es la Asociación Josefina, creada en torno a ella.

El trasfondo evangélico de aquel taller no le pasa desapercibido a Francisco Butinyà, jesuita, recién llegado a Salamanca, y el Espíritu le sugiere prolongarlo en una congregación religiosa de mujeres trabajadoras que acogieran en sus Talleres de Nazaret a otras trabajadoras para librarlas del riesgo de perder su dignidad al trabajar fuera de casa. E invita a Bonifacia a fundar con él las Siervas de san José en Salamanca, comenzando la vida de comunidad en enero de 1874.

El proyecto rompía la imagen de la vida religiosa femenina tradicional: aquel grupo de mujeres que no llevaban hábito y se reunían para vivir de su trabajo, acogiendo a otras mujeres que no lo tenían, despierta los recelos del nuevo director, que no capta la entraña evangélica de aquel modo de vida, tan cercano al mundo del trabajo e inserto en él. Y vienen los intentos de rectificación en ausencia del padre Butinyà.

Bonifacia se opone y comienza para ella una dura persecución que la acompaña más allá de su muerte. Nazaret la lleva a la cruz: es la hora de las humillaciones, rechazo, descrédito y exclusión. No se rinde. E inicia en Zamora, con todos los requisitos canónicos, un segundo Taller de Nazaret como lo había diseñado Francisco Butinyà en las Constituciones. Mientras, en Salamanca comienzan a introducir cambios en el objetivo apostólico primigenio.

Bonifacia pone en marcha en Zamora un taller solidario al servicio de la mujer trabajadora decimonónica, tantas veces desprovista de ambientes dignos de trabajo. La comunidad la secunda y la gente de la ciudad y provincia las apoya colaborando económicamente en la obra. Al llegar como obispo en 1892 D. Luis Felipe Ortiz, con proyectos de carácter social, encuentra uno ya establecido en la casa nº 11 de la calle de la Reina, comprada por su antecesor D. Tomás Belestá para las Siervas de san José, y apoya decididamente aquel centro de prevención de la mujer.

Pero, pasado el tiempo, la casa madre no reconoce aquella comunidad fundada legítimamente, por lo que la aprobación pontificia de la Congregación en julio de 1901 no alcanza a la casa de Zamora. Bonifacia lo ha dado todo por aquel proyecto de vida nacido de la contemplación de la Familia de Nazaret. Tiene 64 años. Solamente le quedan la fe y confianza en Dios y el cariño y veneración de su comunidad. Le bastan: ellos harán renacer el taller que sus ojos ven morir. Y espera.

Bonifacia es toda de Dios, en Salamanca no la quieren recibir cuando va a hablar personalmente con las hermanas, pero su gran corazón las disculpa y las perdona, las sigue queriendo igual, y pide a las de Zamora que después de su muerte se incorporen al resto de la Congregación: su fe le deja entrever el futuro de su taller, puesto por ella en las manos de Dios. No tiene duda, y se la ve tranquila, serena, confiada, bondadosa, animando a la comunidad en el lecho de muerte. Y las deja deprisa, muy deprisa, fueron solamente ocho días. Al expirar la envuelve la alegría y una sonrisa de esperanza sella sus labios, pues “Dios le prodigaba por otra parte otros consuelos más sólidos a su sierva”. Era el 8 de agosto de 1905, en Zamora.

La comunidad de Zamora cumple el deseo de Bonifacia y se incorpora a la casa madre el 23 de enero de 1907. Todavía tardará en reverdecer el taller. Será el Vaticano II el que diga a las Siervas de san José, a partir del primer capítulo general de renovación de 1969, que pongan los ojos en el taller de Butinyà y Bonifacia: era la herencia recibida y a ella debían ser fieles. Y hoy la Congregación camina por los senderos trazados por sus fundadores y el taller está siendo recreado en todas las partes donde hay comunidades.

En la historia de salvación de las Siervas de san José, la fe y el amor a la mujer trabajadora pobre de Bonifacia Rodríguez, su fundadora, son cimiento y roca, y la raíz viva de su vida santa, el mejor patrimonio.

(Autora: Victoria López, Sierva de San José)

¿Cómo “se hace” un santo?

A. UN POCO DE HISTORIA

Siempre han existido cristianos que han vivido el amor de Dios y a los demás de manera extraordinaria. Estas personas eran especialmente apreciadas por los creyentes que los habían conocido, tanto por haber sido imitadores de Cristo como por sus poderes de hacer milagros. Por este motivo, los santos originalmente eran aclamados a “vox populi”; es decir, por aclamación popular. Pero surgió la pregunta: ¿Cómo se podía tener la seguridad de que los santos invocados por la gente eran realmente santos?

Para evitar excesos, los obispos tomaron la responsabilidad de ver quiénes debían ser declarados santos en sus diócesis. Concluida la verificación, se les asignaba un día de fiesta, generalmente el aniversario de su muerte, por ser el día en que habían nacido a una nueva vida con Cristo.

A finales del s. X (año 993) tenemos el primer caso en que una canonización es aprobada directamente por un Papa. A partir de 1234 las canonizaciones se reservaron sólo al Sumo Pontífice. En 1588 el Papa Sixto V creó la Congregación de Ritos y la encargó de estudiar los casos de canonización. En 1917 el proceso aparece codificado en el Código de Derecho Canónico y en la década de los 80 se han realizado las últimas reformas para simplificar el proceso.

B. LOS PASOS

Ya en el s. V, los criterios por los que se consideraba “santa” a una persona eran: 1) su reputación entre la gente (“fama de santidad”), 2) el ejemplo de su vida como modelo de virtud heroica y 3) su poder de obrar milagros, en especial aquellos producidos póstumamente sobre las tumbas o a través de las reliquias.

Actualmente hay tres pasos en el proceso oficial de la causa de los santos:

1. Venerable. Con el título de Venerable se reconoce que un fallecido vivió las virtudes teologales (fe, esperanza y caridad), las cardinales (fortaleza, prudencia, templanza y justicia) y todas las demás virtudes de manera heroica; es decir, extraordinaria.

2. Beato. Además de los atributos personales de caridad y virtudes heroicas, se requiere un milagro obtenido a través de la intercesión del Siervo/a de Dios y verificado después de su muerte. El milagro requerido debe ser aprobado a través de una instrucción primaria canónica especial, que incluye tanto el parecer de un comité de médicos (algunos de ellos no son creyentes) y de teólogos. El milagro no es necesario si la persona ha sido reconocida mártir. Los beatos son venerados públicamente por la Iglesia local o Diócesis.

3. Santo. Con la canonización, al beato es incluido en la lista o canon de los santos de la Iglesia (de allí el nombre de canonización). Para este paso hace falta otro milagro atribuido a la intercesión del beato y ocurrido después de su beatificación. El Papa puede obviar estos requisitos. La canonización compromete la infalibilidad pontificia. Mediante la canonización se concede el culto público en la Iglesia universal. Se le asigna un día de fiesta y se le pueden dedicar iglesias y santuarios.

Solo entre la multitud


AGUSTÍN MONTALVO FERNÁNDEZ

Domingo de Ramos en la Pasión del Señor – Ciclo C

“Bendito el que viene como rey en nombre del Señor” (Lc 19, 38). “Ellos seguían gritando: ¡Crucifícalo!” (Lc 22, 21)

Durante mucho tiempo me costó comprender el contraste entre los gritos que señalan los dos versículos del evangelio de Lucas que encabezan la columna y que leemos en este Domingo de Ramos. Aquellos que subían con Jesús a Jerusalén para celebrar la Pascua lo aclaman y festejan: ¡Viva el Altísimo! Pocos días después los mismos o parecidos piden a gritos su cabeza. ¿Cómo explicar un cambio tan radical de actitud? Podría pensarse que el pueblo es voluble y manipulable, y buscar hoy explicación desde la psicología de masas. Es posible.

Da la impresión, sin embargo, de que los festejos de la entrada se dirigen al Mesías, sin duda, pero a otro mesías, no a aquel que cabalga en un borrico. Han esperado al Salvador, se han forjado de él una imagen que responda a sus expectativas pero no a la que los profetas han ido progresivamente perfilando, y mucho menos a la que el Nazareno encarna. Por eso entre las aclamaciones Jesús se siente solo y extraño. Ni siquiera sus discípulos han comprendido bien a quién están acompañando, y poco después lo abandonan.

Y ante Pilato, que cobardemente lo condena, los sumos sacerdotes que lo acusan y la multitud enardecida que exige para él el patíbulo, vuelve a experimentar una inmensa soledad. La imagen de “la Sentencia”, de Ramón Núñez, expresa con acierto esa infinita soledad.

Cuando comenzamos la Semana Santa y en multitud vamos a acompañar o a presenciar las imágenes que recuerdan aquellas trágicas escenas, o en minoría nos disponemos a actualizarlas dentro de los templos, se nos ofrece la oportunidad de preguntarnos si de verdad conocemos y aceptamos al Cristo Hijo de Dios, o estamos tal vez celebrando “nuestro” Cristo, a la medida de nuestros intereses o aspiraciones mermadas. Pueden existir oraciones bellísimas, ceremonias y fiestas preciosas, pero… acaso dirigidas a otro Señor. Qué llamada más sentida a la autenticidad tenemos por delante.

Igualmente las celebraciones solemnes de estos días invitan a los cristianos a no reproducir de nuevo a la multitud que alborotada pedía la muerte o asentía impasible. Por acción o por omisión no podemos ser cómplices de la injusticia, del sufrimiento o de la muerte de los inocentes.

La Opinión-El Correo de Zamora, 28/03/10.

Educar y entender el valor de la memoria


JOSÉ ÁLVAREZ ESTEBAN

Suelo escribir estos comentarios en la noche y en la cama, allá por las dos o tres de la madrugada cuando ya el sueño va de vencida y está la mente como para afrontar la nueva jornada. Así sucede ahora. ¿Que dónde escribo?, pues en algo que me ofrezca un apoyo, un estribo, el libro que circunstancialmente ande por la mesilla de noche. En un libro, no importa el título, en su última página, redacto estas líneas.

¿Tan complicado dar un salto en el tiempo y entender que este variopinto mundo que, por los días de la Semana Santa, discurre Santa Clara arriba, San Torcuato abajo, Rúa adelante hacia la catedral, no hace más que resucitar aquel otro que, veinte siglos atrás, en Jerusalén, sintió a lo vivo lo que nosotros ahora no recordamos sino en imagen?; ¿tan poco imaginativos como para no dar vida a estas representaciones nuestras de Ramón Alvarez, o de Gaspar Becerra o de Gregorio Hernández y vestir de carne y actualidad al Longinos, a los sayones de la crucifixión, a la Soledad; ¿cómo, más allá de la imaginación, cargadores y congregantes no se van a meter en la piel del Cirineo que, en un ejercicio de justicia distributiva, carga sobre sus hombros y alivia a un Jesús que no va más allá?; ¿tan difícil hacer de la oscuridad de la noche en Viriato la traslación en el tiempo de esas tinieblas que, según San Mateo, desde el mediodía cayeron sobre la región hasta la tres de la tarde?

Semana Santa en Zamora, un ejercicio visual y de imaginación. Leo en el último número de la revista “Patrimonio” (Nº 40): “¡Cuántas veces hay que cerrar los ojos para poder ver y cuántas otras no alcanzamos ni a intuir siquiera lo que tenemos delante, aun con ellos abiertos por completo! La vista es un sentido paradójico, en no pocas ocasiones engañoso y en otras en cambio revelador”. Por eso se hace necesario entrenar la mirada, tomar perspectiva y otear de lejos. Es complicado desentrañar el misterio, pero es al tiempo un aliciente poderoso. Lo importante no es lo que haya podido quedar en la cámara fotográfica sino lo que ha se nos haya incrustado en el alma. La fe, esa mirada desde la que nos entendemos los creyentes, reconoce la existencia de un patrimonio integrado no por bienes construidos o fabricados por el hombre, sino por los hechos del pasado. Para unos la Semana Santa un vago recuerdo sin contenido, para otros “la escuela viva de un suceso histórico, un lienzo al aire libre para educar y entender el valor de la memoria” (Patrimonio, Nº 40).

La Opinión-El Correo de Zamora, 28/03/10.

sábado, 27 de marzo de 2010

Benedicto XVI aprueba la canonización de la Madre Bonifacia


Esta mañana, el papa Benedicto XVI ha autorizado a la Congregación para las Causas de los Santos la promulgación de diversos decretos, entre los que se encuentra el referente al milagro atribuido a la intercesión de la beata Bonifacia Rodríguez Castro, fundadora de las Siervas de San José, y fallecida en Zamora en 1905.

Zamora, 27/03/10. En una audiencia privada con Angelo Amato, prefecto de la Congregación para las Causas de los Santos (el dicasterio del Vaticano encargado de los procesos de beatificación y canonización en la Iglesia), Benedicto XVI ha autorizado esta mañana la promulgación de varios decretos, entre los que se encuentran algunos referentes a españoles en proceso de beatificación o canonización.

Entre ellos se encuentra el decreto que reconoce oficialmente el milagro atribuido a la intercesión de la beata española Bonifacia Rodríguez Castro (1837-1905), fundadora de las Siervas de San José, y muy vinculada a la ciudad de Zamora, donde continuó con la congregación religiosa que había iniciado en Salamanca.

La Madre Bonifacia, como se la conoce en Zamora, fue beatificada por Juan Pablo II en Roma el 9 de noviembre de 2003. Aún no se ha hecho pública la fecha de su próxima canonización, que volverá a ser motivo de fiesta para la Diócesis de Zamora. Será reconocida como santa por toda la Iglesia universal.

La Madre Bonifacia fue una mujer que luchó por la educación de la mujer durante los últimos años del siglo XIX y tuvo mucho que ver con la ciudad de Zamora donde vivió entre 1883 y 1905, año en que falleció, siendo enterrada en el Cementerio “San Atilano” de la capital. Sus restos fueron trasladados en 1945 a Salamanca donde reposan, desde 1949, en un mausoleo construido en la capilla del Colegio de la Casa Generalicia de las Siervas de San José.

Actualmente, se encuentran en Zamora dos comunidades de las Siervas de San José: el Centro educativo concertado “Divina Providencia” situado en la Calle de la Reina, 9, en el mismo emplazamiento en el que la Madre Bonifacia tuvo su casa taller, y el Colegio “San José”, ubicado en la Avenida de Requejo, 5.

viernes, 26 de marzo de 2010

El obispo presidirá los cultos de Semana Santa en la Catedral de Zamora


El próximo Domingo de Ramos comienza la Semana Santa, los días centrales de la liturgia católica. Se iniciarán el próximo 28 de marzo, Domingo de Ramos, con la bendición de palmas y posterior procesión, seguida de la Eucaristía. Y concluirán el día 4 de abril, Domingo de Resurrección, con la solemne Misa de Pascua. Las parroquias de la Diócesis de Zamora celebrarán los oficios propios de la Pasión, Muerte y Resurrección de Cristo, y lo mismo hará la Catedral, donde el obispo presidirá las celebraciones de estos días.

Zamora, 16/03/10. El obispo de Zamora, Gregorio Martínez Sacristán, presidirá un año más los cultos de la Semana Santa, cuyo núcleo, el Triduo Pascual, constituye el centro del año litúrgico para la Iglesia católica. Si todas las parroquias de la Diócesis celebrarán estas jornadas de Pasión, Muerte y Resurrección de una forma especial, también el primer templo zamorano, lugar donde se encuentra la cátedra episcopal, cuida los oficios religiosos de estos días con solemnidad.

El Domingo de Ramos, el Convento del Corpus Christi (del Tránsito) será el lugar donde se congreguen los representantes de cofradías y hermandades, y el resto de fieles, para comenzar a las 9,45 horas la bendición de las palmas y la posterior procesión hacia la Catedral, recordando la entrada triunfal de Jesús en Jerusalén. En la Catedral se celebrará la Eucaristía del “Domingo de Ramos en la Pasión del Señor”, con la proclamación dialogada de la Pasión según el evangelio de Lucas.

El Miércoles Santo tendrá lugar una celebración especial: la Misa Crismal, a las 11 horas. Presidida por el obispo y concelebrada por la gran mayoría de sacerdotes de la Diócesis, es el momento en el que se consagran los santos óleos y los presbíteros presentes renuevan las promesas del día de su ordenación.

El Jueves Santo tiene en su centro la Misa de la Cena del Señor, que comenzará a las 17 horas. En ella se conmemora la última cena de Cristo con sus apóstoles, momento de institución de la Eucaristía y del sacerdocio. También por ello se celebra el Día del Amor Fraterno, y se repite el gesto que hizo Jesús del lavatorio de los pies a sus discípulos. Tras la celebración, alrededor de las 18,15 horas, se rezará la Hora Santa, un tiempo de adoración ante el Santísimo Sacramento, que ha quedado reservado en el Monumento.

El Viernes Santo comenzará con el rezo de Laudes, la parte matutina de la Liturgia de las Horas, a las 10 horas. La Acción Litúrgica de la Pasión del Señor será a las 13 horas. Este momento central del día tiene dos momentos fundamentales: la lectura de la Pasión de Cristo según el evangelio de Juan, seguida de una larga oración universal por las necesidades de todo el mundo, y la adoración de la cruz. En toda la Diócesis se realizará una colecta especial para las necesidades de los cristianos de Tierra Santa.

El Sábado Santo, día de espera y de velar junto al sepulcro de Cristo, comenzará también con el rezo de Laudes a las 10 horas. Será por la noche, a las 23 horas, cuando la Catedral estalle en fiesta, junto con todas las comunidades cristianas de la Diócesis, para celebrar, con la Vigilia Pascual, la Resurrección de Cristo y su triunfo sobre la muerte. Una celebración larga y solemne que es el centro del año cristiano, y en la que dos mujeres adultas recibirán los tres sacramentos de la iniciación cristiana (bautismo, confirmación y eucaristía) de manos del obispo, después de un proceso de catecumenado.

El Domingo de Resurrección se iniciará con la Misa con Laudes a las 10 horas, y a las 13 horas se celebrará la Misa estacional, presidida por el obispo, con la bendición papal. Por la tarde está previsto el rezo del Vía Lucis a las 18 horas.

miércoles, 24 de marzo de 2010

Los jóvenes cofrades de Zamora protagonizarán un Vía Crucis


Cuando se cumplen 25 años de la proclamación del Domingo de Ramos como Jornada Mundial de la Juventud por parte del papa Juan Pablo II, Zamora acogerá por primera vez el Vía Crucis de Jóvenes, una iniciativa promovida por la Delegación Episcopal de Cofradías y Hermandades que pretende implicar a los jóvenes cofrades en un encuentro de oración que sirva de pórtico a la Semana Santa. A las 20,30 horas partirá de la iglesia de San Juan de Puertanueva la procesión con el Cristo de los Gitanos, hasta llegar al Seminario, donde se rezarán –en el claustro y en la iglesia de San Andrés– las 14 estaciones del Vía Crucis.

Zamora, 25/03/10. El pasado mes de febrero, la Delegación Episcopal de Cofradías y Hermandades de la Diócesis de Zamora convocó a los jóvenes miembros de estas asociaciones de fieles en el I Encuentro de Jóvenes Cofrades. Continuando con estas iniciativas, el próximo Domingo de Ramos se celebrará por primera vez en Zamora el Vía Crucis de Jóvenes, con motivo de la XXV Jornada Mundial de la Juventud.

Esta convocatoria de oración comenzará en la iglesia de San Juan de Puertanueva, donde se reunirán los jóvenes cofrades para salir en procesión a las 20,30 horas del Domingo de Ramos, llevando en procesión al Cristo de los Gitanos, talla de gran devoción en Zamora que se venera desde la misma calle en la iglesia de San Andrés. La procesión llegará al Seminario San Atilano, donde se irán rezando las 14 estaciones del Vía Crucis entre el claustro del edificio y la iglesia de San Andrés.

Según explica el Delegado Episcopal para las Cofradías y Hermandades, Miguel Ángel Hernández, “con los jóvenes organizadores hemos estimado que merece la pena y que servirá de experiencia para incorporar a jóvenes cofrades en años sucesivos”. Se trata de una iniciativa que pretende servir de pórtico espiritual a la Semana Santa, en una ciudad donde tienen tanta importancia las manifestaciones populares de la religiosidad.

En una carta dirigida a los presidentes de las cofradías y hermandades zamoranas, Miguel Ángel Hernández explica el motivo de esta celebración, que hay que buscarlo en la celebración, los Domingos de Ramos, de la Jornada Mundial de la Juventud.

Según explica el responsable de esta iniciativa, “el Domingo de Ramos del año 1984, junto a más de 300.000 jóvenes del mundo entero, el Papa Juan Pablo II rezaba un Vía Crucis en el Colosseo de Roma. Aquel día se celebraba el Jubileo Internacional de la Juventud en el contexto del año Jubilar de la Redención”. Esto tuvo su repercusión en nuestra ciudad, ya que “una salida procesional extraordinaria del paso Redención de Mariano Benlliure conmemoró en Zamora aquella efeméride”.

En aquella ocasión se rezó el Vía Crucis en el Colosseo y se celebró la Eucaristía en la plaza de la Basílica de San Pedro. Fue un momento impresionante, inédito hasta entonces. En aquella tarde el Papa le dijo a los jóvenes: “¿Quién afirmó que la juventud actual ya no tiene interés en los valores? ¿Es verdad que uno ya no puede contar con ella?”. Con estas palabras entregó al mundo un símbolo: una cruz de madera de gran tamaño que se llamaría la Cruz de los Jóvenes.

En 1985, Juan Pablo II anunció la instauración duradera de las Jornadas Mundiales de la Juventud. La primera se celebró el Domingo de Ramos de 1986 en Roma y al año siguiente en Buenos Aires. Desde entonces, el Papa propuso que todos los años, el Domingo de Ramos, se celebre una Jornada de la Juventud en Roma y en todas las Diócesis del mundo.

“Este año se cumplen los veinticinco años, unas bodas de plata que merecen una celebración acorde al evento”, afirma Miguel Ángel Hernández. Por eso, “en Zamora, una de estas Diócesis del mundo, llevamos dándole vueltas a este asunto y no hemos querido que pasara esta fecha significativa. Por eso, después de la experiencia del I Encuentro de Jóvenes Cofrades celebrado el pasado mes de febrero, hemos decidido convocar el Vía Crucis de los Jóvenes en el atardecer del Domingo de Ramos”.

Todas las Jornadas llevan un lema. El lema que preside esta XXV Jornada Mundial de la Juventud está tomado del evangelio de San Marcos: “Maestro bueno, ¿qué haré para heredar la vida eterna?” (Mc 10, 17). El mensaje que ha dirigido Benedicto XVI para esta Jornada puede leerse en http://www.zenit.org/article-34649.

lunes, 22 de marzo de 2010

Entre cielo e infierno


Recientemente hemos asistido al circo formado en torno a un joven sacerdote de Toledo, cuya lamentable actuación ha salido a relucir en todos los medios de comunicación. Dejando de lado el caso particular, ya vemos cuál es el eco público del Año Sacerdotal. Motivo de escándalo para muchos, de burla y desprecio hacia el clero para otros. Y para muchos creyentes habrá sido un aliciente más para rezar por la santidad de los sacerdotes. Una vida puesta en entredicho, la del cura. Pero un ministerio apasionante. Benedicto XVI se encontraba el mes pasado con su presbiterio diocesano, el de Roma (no olvidemos que es el obispo de allí), y compartía con sus curas una larga meditación sobre la Carta a los Hebreos. Según explicaba, el sacerdote es el hombre que vive y sufre cada día con los demás para llevar a Dios las miserias del mundo. Por eso su ministerio no puede reducirse a una ocupación parcial: debe entrar, como Cristo, en el centro de la pasión, de los dolores, de las tentaciones del mundo, para ser mediador y puente entre Dios y los hombres. Por un lado, tiene que ser de Dios. Por otro lado, debe ser hombre, y “humano es ser generoso, es ser bueno, es ser hombre de justicia, de prudencia verdadera, de sabiduría”. Y entra en lo que muestra el lema del Día del Seminario (Una vida apasionante): “sufrir con los demás: ésta es la verdadera humanidad… participar realmente en el sufrimiento del ser humano, ser un hombre de compasión”. Lo que traerá consigo vivir los infiernos de los hombres, y el propio pecado y limitación, para mostrar el cielo a los hombres. Como le dijo el cura de Ars a aquel pastor: “te enseñaré el camino del cielo”.

“Criterios” de Iglesia en Zamora nº 93.

domingo, 21 de marzo de 2010

Orar por las vocaciones


JESÚS GÓMEZ

Domingo V de Cuaresma – Ciclo C

“Tampoco yo te condeno. Anda, y en adelante no peques más” (Jn 8, 1-11)

Muy grave debe estar la diócesis que no tenga seminario. ¿De qué hablamos, cuando hablamos del seminario? ¿De un edificio? No. Hablamos de un grupo más o menos numeroso de jóvenes que quieren ser sacerdotes y del entorno que los rodea; el más visible y exterior, el edificio; el más decisivo, el interior: el estudio sereno y gozoso, la pasión amorosa y sacrificada por el servicio, la inmersión en la piedad. Hablar del seminario, para mí, es hablar de 13 años de mi vida. Empezaron con besos y abrazos a toda la familia, un viaje de 5 km en carro de mulas por tierra llana, parada y fonda en un edifico ubicado en un montículo parcialmente circundado de montañas y bañado en parte por las aguas del Cantábrico; edificio lleno de huéspedes (¿tal vez 500?) hambrientos de estudio, de música, y qué música, de juegos y vida, de servicio y piedad, y no pocas veces de hambre de verdad. Después de idas y venidas, terminaron con el retorno a los besos y abrazos a toda la familia, nueva vestimenta y una carga inmensa, imborrable de vida, de alegría, y repique de campanas con bandera blanca para celebrar el ansiado éxito de esos 13 años: ser sacerdote.

Desahuciada debe estar la diócesis que no tenga corazón. Urgentísimo, pues, un trasplante. En Münster (Alemania), entre los escombros de una iglesia destruida por la aviación aliada se encontró un Cristo sin brazos. Al restaurarla, fijaron al Cristo en una nueva cruz y en el lugar de los brazos grabaron esta inscripción: «Yo no tengo más brazos que los vuestros». En la cruz Jesús espera brazos que suplan su carencia. Una espera que se traduce a esta otra frase: «Hay que orar por las vocaciones». Jesús pasó por las orillas del lado de Galilea, vio a Pedro, a Santiago y a Juan, los llamó, lo siguieron y fueron sus brazos. ¿Volverá a pasar por el lago? No volverá. Pasó por mi pueblo; muchos brazos le ayudaron de oriente a occidente, de China a Perú. Sigue pasando por pueblos y ciudades. Orar por las vocaciones es invitarle insistentemente a que entre en la propia casa y llame a sus hijos e hijas, no a las del vecino. Si las familias cristianas no sienten el deseo gozoso de tener hijos e hijas que sean llamados por Dios, el corazón de la diócesis dejará de latir. Persecuciones declaradas o muy sofisticadas han pasado y siguen pasando por la Iglesia. Es lo suyo. Pasar barriendo y limpiar la Iglesia. Cierto, pasan y hacen pupa. «La oración del justo es una gran fuerza muy dinámica». El corazón de la diócesis que no tenga seminario, recuperará su potente latido.

La Opinión-El Correo de Zamora, 21/03/10.

La fábrica de curas


FLORENTINO PÉREZ VAQUERO

El pasado martes asistí a la conferencia que pronunció el sacerdote y escritor José-Pedro Manglano en el Club «La Opinión-El Correo de Zamora». En un momento dado, presentando al autor, Carmen Ferreras, a quien admiro sinceramente, se refirió al Seminario como «la fábrica de curas». Tal vez esta expresión coloquial no tenía como objetivo permanecer en la mente de nadie del público. Sin embargo, hay frases que misteriosamente se enredan entre los recuerdos, permaneciendo entre ellos sin saber por qué. Puede ser que tales frases toquen alguna fibra de los sentimientos, de las preocupaciones, o de la vida misma de quien escucha. Sea como fuere, lo cierto es que «la fábrica de curas» ha estado ahí, permaneciendo en mis pensamientos.

Y pensando, pensando, he llegado a la conclusión de que en el Seminario no existe ninguna maquinaria para hacer curas. Por otra parte, no se está hablando de cosas ni de productos, sino de personas. Ahora bien, allá por el año 107 d.C., el obispo y mártir Ignacio de Antioquía se refería en su carta a los Efesios a una peculiar máquina por la que debe pasar cualquier cristiano: «vosotros -escribe- sois piedras del templo del Padre, preparados para la construcción de Dios Padre, elevados hasta lo alto por la palanca de Jesucristo, que es la cruz, sirviendo como soga el Espíritu Santo; vuestra fe os tira hacia lo alto, y la caridad es el camino que os eleva hacia Dios».

En el Seminario nadie vive solo. De la misma forma que una piedra aislada no puede construir un edificio, así también cada chaval necesita de los demás compañeros y formadores para «edificarse». Ellos son las «piedras vivas» del Seminario. Y Dios Padre tiene pensado para cada uno de ellos un gran plan de amor para continuar construyendo su Reino. Para algunos ese plan consistirá en ser curas. Pero para verificar esa llamada, es necesario que poco a poco en la oración la cruz de Jesucristo vaya elevando desde lo más profundo de su ser la conciencia de haber sido seducidos por el Maestro y de querer convertirse en los testigos de su misericordia. En esta tarea los formadores, profesores y educadores del Seminario tenemos una especial responsabilidad, pero en realidad es el Espíritu de Jesús el que va haciendo el trabajo más duro y el que, como soga fuerte, carga con todo el peso de esta obra. Esta, y no otra, es la «fábrica de curas». La finalidad es clara: Continuar construyendo el templo del Padre, que es la Iglesia en Zamora, aportándole, por puro amor de Dios, testigos de su misericordia.

La Opinión-El Correo de Zamora, 21/03/10.

viernes, 19 de marzo de 2010

El obispo de Zamora, firmante de una carta pastoral sobre la cárcel


Los obispos de Ciudad Rodrigo, Salamanca y Zamora acaban de publicar una carta pastoral conjunta titulada “Estuve en la cárcel y vinisteis a verme”. Con estas palabras tomadas del Evangelio encabezan un largo texto en el que reflexionan sobre la atención pastoral que la Iglesia católica está realizando en el Centro Penitenciario de Topas.

Zamora, 19/03/10. El obispo de Zamora, Gregorio Martínez Sacristán, visitó el Centro Penitenciario de Topas, en la provincia de Salamanca, el pasado 24 de septiembre de 2009, junto con los obispos de Ciudad Rodrigo, Atilano Rodríguez, y de Salamanca, Carlos López.

Fruto de aquella visita ha sido la elaboración de una carta pastoral conjunta que hacen pública ahora, con el título “Estuve en la cárcel y vinisteis a verme”, unas palabras del mismo Jesús tomadas del Evangelio según San Mateo. En su visita a la cárcel, los obispos de las Diócesis a las que corresponde su atención pastoral experimentaron “un profundo desgarro en nuestro corazón al pensar en los miles de personas que, en la prisión de Topas o en otros centros penitenciarios, viven aislados del mundo, privados de libertad y olvidados por casi todos”.

Recuerdan que “somos el país de la Unión Europea con la mayor tasa de reclusos: 157 por cada 100.000 habitantes”, lo que supone dificultades en las prisiones. Reconociendo que “la sociedad tiene derecho a protegerse contra quienes atentan contra la seguridad de sus miembros o contra sus legítimos bienes”, los prelados también se preguntan por las condiciones que han llevado a los reclusos a donde están.

Por eso afirman que “la delincuencia suele ser la salida no buscada ni deseada, pero que aparecerá desgraciadamente, mientras no se pongan los medios necesarios y adecuados por parte de las instituciones y de la misma sociedad para erradicar las causas que la producen, tanto de orden espiritual y moral, como de orden social”.

Cuando la libertad se concibe sin referencia a Dios ni a ninguna verdad absoluta, “corre el riesgo de conducir al egoísmo más brutal”. Y si no hay motivaciones profundas, y se confunde lo legal y lo moral, “cuando se debilitan o desaparecen las razones morales, queda debilitado el orden legal y favorecido el crecimiento de la delincuencia”.

Los obispos zamorano y salmantinos llaman a “abrir los ojos a la situación de los encarcelados” y a la realidad penitenciaria, ante la que la sociedad vuelve el rostro. Y valoran la importante labor de la Administración del Estado y de los funcionarios de prisiones al decir que “hay que alabar los esfuerzos realizados durante los últimos años con el fin de impulsar la programación de actividades educativas y formativas dentro de la prisión como el camino más adecuado para la reinserción de los reclusos”, así como “reconocer los planteamientos alternativos a la prisión”.

Aunque, viendo la realidad, constatan en la carta pastoral que muchas veces se logra sólo el castigo y no la reinserción, y proponen el camino “la reeducación y reinserción social requieren una transformación de la mente y del corazón de cada interno en el centro penitenciario, para que llegue a actuar de acuerdo con una escala de valores”. Esto requiere del apoyo de toda la sociedad, que al pretender su reinserción “debería acompañarlo en todo el proceso con profundo cariño, para acogerlo nuevamente al salir de la prisión y no abandonarlo a su suerte”.

Esta dura realidad la analizan los obispos a la luz de la Biblia y de la fe cristiana, intentando mirarla “con los ojos de Dios”. Recuerdan que la Iglesia siempre ha estado presente en la cárcel, y que en las comunidades cristianas se reza con frecuencia por los privados de libertad. El preso, creado por Dios, “tiene una dignidad y unos derechos que no pueden ser violados por nadie. La dignidad de la persona no queda destruida por los delitos cometidos; por tanto, cada ser humano debe ser valorado, respetado y tratado, no tanto por lo que haya podido hacer en el pasado, sino por la dignidad propia de su ser personal”.

Después de repasar la importancia de Jesucristo como liberador y salvador de todos los hombres, los obispos escriben que “la Iglesia propone a los encarcelados el ideal de Jesucristo, Camino, Verdad y Vida; ora constantemente por su conversión y reinserción, reconoce en ellos la dignidad y los valores que existen en cada ser humano, perdona sus comportamientos errados, confía en sus propósitos de recuperación y acoge a cada uno como hermano en Cristo”.

Esto no se queda en palabras bonitas, sino que tiene una concreción real en la pastoral penitenciaria que llevan a cabo en Topas integrantes de las tres Diócesis. Lo reconocen los prelados al decir que “están llevando a cabo una abnegada y generosa labor pastoral los capellanes de prisiones y los religiosos y otros cristianos laicos que colaboran con ellos”. Un buen número de creyentes que “trabajan pastoralmente en los centros penitenciarios con la profunda convicción de que toda persona necesita el encuentro con Jesucristo, testigo del amor de Dios y salvador que puede liberar de todos los pecados, debilidades y miserias”.

La pastoral penitenciaria, explican, “lleva al ámbito peculiar de los Centros penitenciarios la misión de la Iglesia en su triple dimensión de anuncio del Evangelio de Jesucristo, de celebración de los sacramentos de la fe y de testimonio de la caridad”. De esta manera, esta labor religiosa contribuye, de forma profunda, “a la humanización de la convivencia entre los reclusos y de éstos con los funcionarios”.

Los obispos también llaman a sus fieles a una implicación mayor, y a “valorar más su importancia”, ya que “la falta del necesario apoyo y colaboración de los restantes miembros de las comunidades parroquiales y de la Iglesia diocesana, podría producir en quienes llevan a cabo inmediatamente la pastoral penitenciaria una cierta sensación de soledad y desánimo”.

Y por su relación con la pobreza y la marginación, piden “una mayor integración de la pastoral penitenciaria en los programas pastorales diocesanos y parroquiales y una mejor coordinación” a nivel intraeclesial.

“Estuve en la cárcel y vinisteis a verme” (Mt 25, 36)


TEXTO ÍNTEGRO DE LA CARTA PASTORAL

Carta de los Obispos de Ciudad Rodrigo, Salamanca y Zamora sobre la atención pastoral en el Centro Penitenciario de Topas

Con motivo de la fiesta de Nuestra Señora de la Merced tuvimos la dicha de celebrar la Santa Misa en la prisión de Topas con distintos grupos de personas internas en ese Centro. Desde la llegada al centro penitenciario hasta la salida del mismo pudimos gozar de la acogida cordial y del afecto sincero, tanto de los funcionarios del centro penitenciario como de quienes allí viven privados de libertad. Pero, sobre todo, experimentamos la universalidad de la Iglesia y la presencia de Jesucristo Resucitado en medio de aquella asamblea de hermanos, pues el mismo Señor y la misma fe nos congregaban a hombres y mujeres de distintas nacionalidades en la alabanza, la acción de gracias y la súplica confiada al Padre común.

Al salir de la prisión, después de dar gracias a Dios por los dones de la fe y de la esperanza, experimentamos un profundo desgarro en nuestro corazón al pensar en los miles de personas que, en la prisión de Topas o en otros centros penitenciarios, viven aislados del mundo, privados de libertad y olvidados por casi todos. En la actualidad la población reclusa, según los últimos informes, asciende a 76.090 y somos el país de la Unión Europea con la mayor tasa de reclusos: 157 por cada 100.000 habitantes. Cada año se produce un aumento del número de internos, que a veces supera la capacidad normal de los Centros penitenciarios, empeora las condiciones de vida de los internos y dificulta la tarea de los funcionarios.

El recluso y su situación vital

En los medios de comunicación hallamos a diario información sobre delitos frecuentes en nuestra sociedad, tales como el tráfico de drogas, el robo y el hurto. Durante estos últimos años ha crecido también el número de delitos relacionados con las infracciones de tráfico y con la violencia doméstica, especialmente contra las mujeres.

Ante la constatación de estos hechos delictivos, todos tenemos muy claro que la sociedad tiene derecho a protegerse contra quienes atentan contra la seguridad de sus miembros o contra sus legítimos bienes. Por ello pide la intervención de las Fuerzas de Orden Público y, en determinados casos, exige un endurecimiento de las penas privativas de libertad para los delincuentes. Con frecuencia suele decirse que éstos se han buscado el ingreso en la prisión con su conducta y, consecuentemente, debe caer sobre ellos todo el peso de la ley, hasta que cumplan las penas estipuladas en el ordenamiento jurídico por sus actuaciones equivocadas y delictivas. Ciertamente, el ser humano es responsable de sus actos y, por tanto, debería actuar en todo momento teniendo en cuenta la repercusión de los mismos en sus semejantes o en la convivencia social.

Ahora bien, sin quitar un ápice a lo dicho, cuando analizamos la realidad familiar y social de quienes delinquen y son privados de libertad por sus comportamientos delictivos, descubrimos un conjunto de situaciones que influyen decisivamente en el desarrollo de su personalidad y en su actuación a lo largo de los años. Muchos reclusos, sin culpa alguna por su parte, han nacido en el seno de familias desestructuradas, han crecido en un ambiente social enfermo, han tenido que hacer frente a graves problemas económicos y han vivido con profundas carencias educativas y afectivas.

Estas condiciones negativas de vida impiden en bastantes ocasiones a quienes las padecen conseguir una formación integral o lograr una estabilidad en la vida y, en consecuencia, acceder a un puesto de trabajo. Partiendo de estos antecedentes, la delincuencia suele ser la salida no buscada ni deseada, pero que aparecerá desgraciadamente, mientras no se pongan los medios necesarios y adecuados por parte de las instituciones y de la misma sociedad para erradicar las causas que la producen, tanto de orden espiritual y moral, como de orden social, tales como la pobreza, la marginación, las graves injusticias sociales y las enormes desigualdades económicas que todos percibimos en nuestra sociedad.

Por lo que se refiere a las causas de orden moral, subrayamos la decisiva influencia de la idea de libertad humana tan difundida en nuestra sociedad. Si la libertad se entiende como la simple capacidad de tomar decisiones sin ser coaccionado por nada ni por nadie y sin referencia alguna a la verdad y al bien, no debería extrañarnos el crecimiento de los comportamientos delictivos, especialmente en los jóvenes. Si no existe Dios ni una verdad absoluta, a quienes referir nuestros comportamientos, cada uno puede actuar según sus gustos, caprichos y apetencias, sin tener en cuenta para nada a los demás y sin referencia a los valores éticos, morales y espirituales. De este modo la libertad corre el riesgo de conducir al egoísmo más brutal. Si no se tiene en cuenta la moralidad de los actos humanos, se equipara lo legal y lo ético, y lo legal queda privado de fundamento y de motivación para su cumplimiento, más allá de la mera coacción. Cuando se debilitan o desaparecen las razones morales, queda debilitado el orden legal y favorecido el crecimiento de la delincuencia.

Abrir los ojos a la situación de los encarcelados

Es por desgracia lo más frecuente que la sociedad mire para otro lado cuando se encuentra con la situación de la delincuencia, de las prisiones y de los presos. Toda la responsabilidad en la atención a los reclusos suele recaer en los responsables de las instituciones penitenciarias y en los funcionarios de prisiones. En este sentido hay que alabar los esfuerzos realizados durante los últimos años con el fin de impulsar la programación de actividades educativas y formativas dentro de la prisión como el camino más adecuado para la reinserción de los reclusos. Asimismo es necesario valorar y reconocer los planteamientos alternativos a la prisión, como pueden ser los trabajos en favor de la comunidad y los centros de reinserción social, teniendo en cuenta la levedad de las penas cometidas y el arrepentimiento de los delincuentes.

Ahora bien, es un hecho socialmente reconocible que la reclusión en los centros penitenciarios no está consiguiendo ni la disminución de la delincuencia ni la reinserción social de la mayor parte de las personas que pasan por la cárcel. El ordenamiento penitenciario señala, entre los fines de las instituciones penitenciarias, la reeducación del delincuente mediante una pedagogía personalizada y adecuada a la realidad de cada interno; sin embargo, en la práctica, sólo se consigue el castigo. La solución de este difícil problema no nos corresponde a nosotros y supera nuestra capacidad. Nos atrevemos solamente a indicar que la reeducación y reinserción social requieren una transformación de la mente y del corazón de cada interno en el centro penitenciario, para que llegue a actuar de acuerdo con una escala de valores.

En orden a la reinserción social del delincuente, todos los miembros de la sociedad debemos valorar la importancia del acompañamiento, cercanía y consejo a quienes son acusados de comisión de delitos en los momentos previos a la celebración del juicio y, posteriormente, a los ya condenados a penas de prisión. La experiencia nos dice que, en muchos casos, quienes han delinquido pasan por la más terrible soledad y por el abandono total. Si tenemos en cuenta que el encarcelado debe ser reinsertado nuevamente en la sociedad, ésta debería acompañarlo en todo el proceso con profundo cariño, para acogerlo nuevamente al salir de la prisión y no abandonarlo a su suerte.

Por otra parte, sería muy conveniente que en el seno de la sociedad surgiesen asociaciones o instituciones que acompañasen a quienes han sufrido o sufren en sus carnes los efectos del comportamiento de los delincuentes. Todos conocemos, bien por relación personal o por lo medios de comunicación, los traumas psicológicos y las dificultades de todo tipo, que experimentan muchas personas al tener que soportar la extorsión de drogodependientes, las vejaciones y la violencia de la prostitución o el zarpazo del terrorismo. Estas víctimas inocentes necesitan cercanía, acompañamiento y mucho cariño, no sólo de cada miembro de la sociedad, sino de las instituciones sociales y políticas.

Mirar la realidad de la prisión con los ojos de Dios

A lo largo de su historia, la Iglesia ha buscado siempre las formas más adecuadas para prestar atención religiosa a sus hijos en la cárcel. Y las comunidades cristianas incluyen habitualmente a los encarcelados entre las intenciones de la oración de los fieles en la celebración de la Eucaristía.

A la luz de la Palabra de Dios, y contando siempre con su gracia, el cristiano debe avanzar cada día en su constante conversión al Señor hasta lograr que su modo de pensar, juzgar, vivir y actuar coincida con lo que Dios quiere de él. La contemplación de la realidad con los ojos de Dios y con los sentimientos del corazón de Cristo nos ayuda a descubrir que todo ser humano ha sido creado a imagen y semejanza de Dios y, por tanto, tiene una dignidad y unos derechos que no pueden ser violados por nadie. La dignidad de la persona no queda destruida por los delitos cometidos; por tanto, cada ser humano debe ser valorado, respetado y tratado, no tanto por lo que haya podido hacer en el pasado, sino por la dignidad propia de su ser personal.

El cristiano sabe muy bien que Dios, en la persona de Jesucristo, ha venido al mundo para salvar lo que estaba perdido (Lc. 19, 10). En cumplimiento de los anuncios y profecías del Antiguo Testamento, Jesús comienza su vida pública afirmando con profunda convicción en la sinagoga de Nazaret que su misión consiste en evangelizar a los pobres, en proclamar la liberación a los cautivos, en dar la libertad a los oprimidos y en proclamar un año de gracia del Señor (Lc. 4, 18-19). Para llevar a cabo el encargo recibido del Padre, Jesús, en contra del criterio de los fariseos, come con los publicanos y pecadores para mostrarles la misericordia entrañable del Padre (Mt 9, 11) y para invitarles a la conversión de sus pecados. Dios no quiere la muerte del pecador, sino que se convierta y viva. En la última cena, adoptando la actitud propia de los esclavos, Jesús lava los pies a sus discípulos y les deja el mandamiento nuevo del amor, invitándoles a hacer con los demás lo que Él mismo, que es su Señor y Maestro, ha hecho con ellos. Además, les hace ver que cuanto hagan con los demás, lo hacen con Él.

Esta enseñanza adquiere la máxima concreción y urgencia cuando Jesús nos ofrece los criterios con los que serán juzgados en el último día los comportamientos de los hombres. Aquel día, el Señor, identificándose con los más pobres y humildes, dará a cada uno según la actitud de amor o desamor para con ellos: "Venid, benditos de mi Padre; heredad el reino preparado para vosotros desde la creación del mundo. Porque tuve hambre y me disteis de comer, tuve sed y me disteis de beber, fui forastero y me hospedasteis, estuve desnudo y me vestisteis, enfermo y me visitasteis, en la cárcel y vinisteis a verme... Apartaos de mí, malditos, id al fuego eterno preparado para el Diablo y sus ángeles. Porque tuve hambre y no me disteis de comer, tuve sed y no me disteis de beber, fui forastero y no me hospedasteis, estuve desnudo y no me vestisteis, enfermo y en la cárcel y no me visitasteis... Os aseguro que cada vez que no lo hicisteis con uno de estos, los humildes, tampoco lo hicisteis conmigo." (Mt. 25, 34-36. 41-45).

En fidelidad a su misión, la Iglesia propone a los encarcelados el ideal de Jesucristo, Camino, Verdad y Vida; ora constantemente por su conversión y reinserción, reconoce en ellos la dignidad y los valores que existen en cada ser humano, perdona sus comportamientos errados, confía en sus propósitos de recuperación y acoge a cada uno como hermano en Cristo. A este propósito, son especialmente conmovedoras estas palabras del Papa Pablo VI a los presos de Roma: "Os amo, no por sentimiento romántico o compasión humanitaria, sino que os amo verdaderamente porque descubro siempre en vosotros la imagen de Dios, la semejanza con Él, Cristo, el hombre ideal que sois todavía y que podéis serlo".

Algunos compromisos de la pastoral penitenciaria

El amor cristiano, derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo, debe expresarse no sólo en los comportamientos con quienes nos aman a nosotros. Esto lo hacen también quienes no son creyentes. El verdadero amor debe manifestarse en el perdón y la oración hacia aquellos que no piensan como nosotros, nos calumnian y persiguen. Esto debe impulsarnos a amar a cada uno de nuestros semejantes, también a los delincuentes ante la ley y la sociedad. Ellos son hijos de Dios y criaturas sagradas dignas de todo respeto.

En fidelidad a la exigencia evangélica de mostrar el amor de Dios a nuestros semejantes, están llevando a cabo una abnegada y generosa labor pastoral los capellanes de prisiones y los religiosos y otros cristianos laicos que colaboran con ellos. Todos trabajan pastoralmente en los centros penitenciarios con la profunda convicción de que toda persona necesita el encuentro con Jesucristo, testigo del amor de Dios y salvador que puede liberar de todos los pecados, debilidades y miserias. Jesucristo ofrece a quien cree en Él la verdadera libertad espiritual y moral que alcanzó con la muerte en la cruz para el perdón de los pecados. Esta libertad no puede ser anulada ni limitada por ninguna pena de privación de la libertad de movimiento.

La pastoral penitenciaria lleva al ámbito peculiar de los Centros penitenciarios la misión de la Iglesia en su triple dimensión de anuncio del Evangelio de Jesucristo, de celebración de los sacramentos de la fe y de testimonio de la caridad. De esta forma específica contribuye la pastoral penitenciaria a la humanización de la convivencia entre los reclusos y de éstos con los funcionarios. Además, dada la diversidad de creencias religiosas de los internos y el necesario respeto a la libertad religiosa, el testimonio eficaz de la caridad cristiana es el fundamento y motivación de la atención humana que ha de prestarse a todos los reclusos que la soliciten. Por el amor han de reconocer todos que somos discípulos de Jesucristo.

Todos los miembros de la comunidad cristiana debemos reconocer la labor evangelizadora y humanitaria que realizan los equipos de pastoral penitenciaria y hemos de valorar más su importancia. La falta del necesario apoyo y colaboración de los restantes miembros de las comunidades parroquiales y de la Iglesia diocesana, podría producir en quienes llevan a cabo inmediatamente la pastoral penitencia una cierta sensación de soledad y desánimo. La oración al Señor por los reclusos y sus familias ha de seguir estando siempre presente en nuestras celebraciones litúrgicas.

Además, en el futuro será muy provechoso establecer relación y encuentros en las parroquias o arciprestazgos con aquellas personas que trabajan ya en la pastoral penitenciaria y que conocen bien la situación de las cárceles y los problemas de quienes viven en ellas privados de libertad. Una mayor sensibilización de la comunidad cristiana podría hacer surgir grupos de creyentes dispuestos a conocer, acompañar y escuchar a quienes están en los centros penitenciarios, actuando siempre en coordinación con los responsables de la pastoral penitenciaria en la diócesis. Reconocemos, sin embargo, la dificultad que representa la distancia física del Centro Penitenciario de Topas, en el que tenemos miembros de nuestras tres comunidades diocesanas.

La fe en Jesucristo nos obliga a procurar que los problemas de los hermanos reclusos y las dificultades que experimentan sus familiares no les afecten solamente a ellos. En la respuesta evangelizadora a estas necesidades debemos implicarnos todos con más generosidad. Para ello es precisa una mayor integración de la pastoral penitenciaria en los programas pastorales diocesanos y parroquiales y una mejor coordinación de estas delegaciones diocesanas con los grupos eclesiales más sensibilizados con la pastoral social y caritativa.

Es propio de la pastoral penitenciaria ocuparse también del sufrimiento y desamparo humano y social de quienes han sido víctimas de la actuación delictiva de los condenados a prisión, así como del dolor, pobreza y marginación social que en ocasiones pueden padecer los familiares de los presos. En muchos casos, tanto las víctimas como la familia del recluso tienen que vivir su dolor en la mayor soledad. La ayuda a la reinserción social de los encarcelados que recuperan la libertad lleva consigo la vuelta de su familia a la normalidad social.

Porque los pobres son los preferidos del Señor, la comunidad cristiana está llamada a testimoniar eficazmente el amor de Dios a los condenados a prisión, que están generalmente por este hecho en situación de pobreza y marginación social. Quienes, por su actuación contraria al amor, sufren la falta de amor y el rechazo de la sociedad, no han de sentirse privados del amor y solicitud maternal de la Iglesia.

Que Nuestra Señora de la Merced mantenga firme la esperanza de quienes viven privados de libertad, conforte a sus víctimas en la fe, el amor y el perdón, y a todos nos conceda mirar siempre a nuestros prójimos con los ojos de amor y misericordia de su Hijo Jesucristo.

En Ciudad Rodrigo, Salamanca y Zamora, el día veintiocho de febrero de 2010, segundo domingo de Cuaresma.

+ Atilano Rodríguez Martínez, Obispo de Ciudad Rodrigo

+ Carlos López Hernández, Obispo de Salamanca

+ Gregorio Martínez Sacristán, Obispo de Zamora

jueves, 18 de marzo de 2010

Las parroquias de toda la Diócesis expiden la credencial para peregrinar a Santiago


La Delegación Diocesana de Religiosidad Popular informa de que la credencial jacobea, el documento expedido oficialmente por el Cabildo de la Catedral de Santiago, y que acredita al peregrino como tal, puede solicitarse en las parroquias de la Diócesis de Zamora, y también en el mismo Obispado.

Zamora, 18/03/10. Entre las diversas actividades que está desarrollando la Delegación Diocesana de Religiosidad Popular de Zamora, acaba de enviar a todos los párrocos de la Diócesis materiales para la atención espiritual de las personas que deseen peregrinar a Santiago de Compostela, además de la Credencial del peregrino y las orientaciones para expedirla.

Durante siglos, sin fotografías ni DNI ni ningún otro documento que acreditara su identidad, los peregrinos han portado la credencial extendida por su parroquia como el modo de demostrar el motivo de su caminar, para distinguirles de ladrones o vagabundos. El párroco certificaba que el portador caminaba hacia Santiago por un motivo religioso, y pedía para él asilo y protección. En ese mismo papel, el peregrino se preocupaba de ir recogiendo los sellos de las diversas parroquias por las que pasaba a lo largo del Camino, que servían para ratificar su condición de viajero religioso.

Desde la revitalización de las peregrinaciones, en los años 70 y 80 del siglo XX, aparecen las credenciales impresas y se impone paulatinamente un modelo oficial, como el que hay hoy día, editado por el propio Cabildo de la Catedral de Santiago, y que es el único que la Catedral compostelana reconoce.

Según explica el Delegado de Religiosidad Popular, Javier Fresno, “no se trata de un mero objeto de recuerdo, ni de una simple colección de sellos. Es un documento oficial que tiene varias finalidades: acreditar del peregrino como tal, como alguien que acude a Santiago por un motivo religioso; hacerle beneficiario de los albergues que ofrece la hospitalidad cristiana en el Camino; y permitirle obtener el certificado de haber peregrinado a Santiago, la llamada “Compostela”, un documento que otorga la Oficina del Peregrino de Santiago, sólo al que realiza la peregrinación por devoción, y recorre al menos 100 kilómetros si va andando, o 200 si va en bicicleta o a caballo”.

La credencial, según señala Fresno, “es, por tanto, un documento exclusivamente religioso, no deportivo o turístico. De acuerdo con la tradición, el lugar propio para obtener la credencial es la propia parroquia de origen pues, aunque el modelo sea estandarizado, es su párroco quien presenta y acredita al peregrino”.

Todas las parroquias de la Diócesis de Zamora pueden expedir ese documento, en que el peregrino irá recogiendo los sellos de los diversos lugares que recorre, preferentemente de las parroquias, pero también son válidos los de ayuntamientos, albergues… o cualquier otro medio de demostrar su paso. La Oficina del Peregrino de Santiago pide un sello por día, o dos por día si sólo se recorren cien kilómetros.

Además de eso, se expiden también credenciales en la Iglesia de San Cipriano (en horarios de visita), especialmente para los peregrinos de otros lugares que empiezan su recorrido en Zamora, y que no han podido obtenerla antes; en el Seminario San Atilano, y en el Obispado (de lunes a viernes en horario de mañanas), sobre todo para los grupos numerosos. Su coste es de 1 euro.

La credencial es personal, y nunca se expide en blanco, sino debidamente rellenada y sellada, guardando la entidad que la expide un recibo con los datos del peregrino. Impresa en cartulina, consta de 14 páginas que se abren en forma de acordeón. La segunda de ellas consiste en un formulario destinado a servir de carta de presentación a cumplimentar por la parroquia o entidad que la expide. Al pié está el espacio en el que, cumplida la peregrinación, la Oficina de Acogida del Peregrino de Santiago, pondrá la fecha y el sello, al tiempo que otorga la Compostela.

La tercera página, y las cinco siguientes, van destinadas a colocar los sellos con la certificación de paso en albergues, parroquias, cofradías, etc. El reverso muestra una serie de mapas de los Caminos de Santiago.

Javier Fresno también recuerda que “la credencial exige al peregrino un comportamiento, y una actitud”. De hecho, el propio impreso de la credencial dice: “Esta credencial es sólo para los peregrinos a pie, bicicleta o a caballo, que desean hacer la peregrinación con sentido cristiano, aunque sólo sea en actitud de búsqueda”.

Peregrinos por un día

Otra de las actividades organizadas por la Delegación Diocesana de Religiosidad Popular es la de “Peregrinos por un día”, cuya próxima edición tendrá lugar este sábado 20 de marzo, después de aplazarla el mes pasado por las malas condiciones climatológicas.

En esta ocasión se hará el trozo de la Vía de la Plata que va de Riego del Camino a Granja de Moreruela. La salida en autobús será a las 9 horas en la Plaza de la Marina (en la esquina de los institutos), para tener una meditación en la iglesia de Riego a las 9,30 horas, y emprender el camino media hora después.

A las 11,30 horas se celebrará la eucaristía en la iglesia de Granja, y a continuación habrá un café y tiempo de convivencia, para estar de vuelta en Zamora a las 13 horas. Para asistir es preciso inscribirse en la portería del Seminario San Atilano.

miércoles, 17 de marzo de 2010

El viacrucis de la pintora Teresa Peña visita Zamora



El próximo jueves 18 se inaugura en Zamora la exposición del viacrucis de la pintora Teresa Peña, que ha contado con escasas muestras públicas, como un ejemplo de arte sacro actual, reconocida internacionalmente por su belleza y calidad. Organizada por la Penitente Hermandad de Jesús Yacente, estará expuesta en la iglesia de la Encarnación hasta el Domingo de Resurrección, 4 de abril.

Zamora, 17/03/10. El próximo jueves 18 de marzo tendrá lugar en la iglesia de la Encarnación de Zamora la inauguración de la exposición de pintura "Encuentro en la luz. Muerte y Resurrección", que recoge el viacrucis de Teresa Peña. Pintora nacida en Madrid en 1935 y fallecida en 2002 en el Valle del Mena (Burgos), constituye uno de los mejores ejemplos de arte sacro contemporáneo.

Organizada por la Penitente Hermandad de Jesús Yacente, la exposición cuenta con el patrocinio de la Diputación Provincial de Zamora, la Fundación Santa Ana de Mena (Burgos) y el Ayuntamiento del Valle de Mena. Estará abierta del 18 de marzo al 4 de abril, en horario de 19 a 21 horas (laborables) y de 12 a 14 horas (festivos), cerrando el Jueves y Viernes Santos.

Según explica el Hermano Mayor del Yacente, Dionisio Alba, la motivación de la muestra ha sido religiosa, ya que “en los momentos duros que vive la sociedad, falta de fe, de principios, la Hermandad tiene que demostrar con sus testimonios el compromiso cristiano”. Por eso han escogido esta exposición, pues “la Hermandad desde sus inicios ha dado culto a la celebración de los Vía-Crucis cuaresmales, y hoy quiere pregonar esta tradicional devoción en una exposición de pintura con perspectivas y técnicas que los expertos califican como una obra señera del arte religioso contemporáneo”.

Como señala el tríptico informativo de la muestra en Zamora, “las catorce estaciones están transidas de una piedad honda y de una admirable libertad a la hora de narrar las escenas de la Pasión, a veces muy estereotipadas por la tradición icónica. Todo está visto y sentido desde la cercanía al Nazareno”.

Unos cuadros que no dejarán indiferente a nadie, porque conjugan la calidad artística con la profundidad creyente. La misma Teresa Peña le escribía a Juan Pablo II en 1980, desde su retiro en el mundo rural burgalés, y le decía: “en esta vocación artística que he venido alternando con la llamada del desierto en la modalidad eremítica, he encontrado al Señor con una intensidad especial que me impulsaba hacia el sufrimiento humano. Sobre todo, hacia los sectores de la marginación”.

Biografía de Teresa Peña

Nace en 1935 en Madrid. Diversas circunstancias hicieron que su familia se trasladase a la localidad burgalesa de Oña, donde ejerció de médico su padre. Allí pasó buena parte de su niñez y su adolescencia. A los 18 años llegó a Madrid para preparar su ingreso en la Escuela de Bellas Artes de San Fernando. Gana la oposición en 1965, siendo la primera mujer en conseguir el Premio Roma, con una beca para estudiar cuatro años en la Academia Española de Bellas Artes.

Bilbao y Madrid serán después los escenarios principales de trabajo de Teresa, así como un decidido y comprometido retiro hacia lo religioso sin descuidar para nada sus pinceles. Dos ingresos en casas religiosas (el Carmelo Descalzo de la Aldehuela, en Madrid, y la Cartuja femenina de Benifasar, Castellón), fueron realizados por esta mujer pintora y mística, sin que ninguno de los dos llegase a cuajar. No abandonó, sin embargo, la vivencia religiosa, sino que la orientó decididamente hacia la marginación.

El quiebro de su salud no mermó su intensidad creativa, pero sí supuso el retorno a los orígenes; junto con su hermano Juan Ramón, Teresa se traslada al Valle del Mena en la provincia de Burgos, donde pasó sus últimos años. A principios de 2002, la enfermedad que venía minando su salud se agravó, falleciendo el 25 de julio.

Para más información sobre la autora y su obra:

http://www.vidanueva.es/wp-content/uploads/2010/01/vn2692_pliego.pdf