sábado, 2 de enero de 2010

El misterio de un rechazo


LUIS SANTAMARÍA DEL RÍO

Domingo II después de Navidad – Ciclo C

“La Palabra se hizo carne, y acampó entre nosotros, y hemos contemplado su gloria” (Jn 1, 1-18)

Al igual que se hacía el día de Navidad, hoy en la liturgia católica se lee el prólogo del evangelio según san Juan. Eco de aquel 25 de diciembre, de la primera Navidad de la historia. Un texto profundo y elevado, que nos parece difícil de entender. Un texto que nos dice que el Dios en el que creen los judíos (y creemos los cristianos) no es un ser encerrado en soledad, sino que se encarna. La palabra de Dios, engendrada por el Padre desde siempre, baja a este mundo, para habitar. O, más bien, si hacemos caso al texto griego original, para poner su tienda entre nosotros, para «acampar». Sí, porque la Palabra de Dios se hace peregrina en medio de un pueblo peregrino, se hace nómada en un mundo que camina a veces sin mucha orientación.

Y ante esto, la Creación entera estalla en fiesta. Se alegra el cielo y se goza la tierra, como dice un salmo, al recibir a su rey. Pero miremos con atención al plano humano, al nuestro. «No hay sitio en la posada» para una pareja de desharrapados, y la pobre chica embarazada tiene que dar a luz en un establo. La Palabra de Dios nace como un Niño sin casa. Con mayúsculas, pero sin techo. Éste es el misterio que celebramos en Navidad: aparece la gracia de Dios, que es salvación para todos los hombres. Pero, ante ella, aparece también el misterio del pecado, del rechazo de los hombres. La Palabra «vino a su casa, pero los suyos no la recibieron». Los suyos, no unos extraños. Los suyos: su familia, el pueblo escogido por Dios para ser testigo de su gloria ante todo el mundo.

Pero siempre hay un «pero». Siempre hay algunos que acogen la gloria de Dios, aunque sea una gloria tan rara, presente en un Niño sin techo. A los que sí recibieron a la Palabra hecha carne, «les da poder para ser hijos de Dios». Hijos en el Hijo, que dirá san Pablo. Hijos en aquel pobre Niño que tuvo que nacer rechazado, y que fue acogido por los rechazados. Un pobre que será el Buen Pastor de los hombres, recibido tan sólo por un puñado de pobres pastores que dicen haber visto y oído ángeles que proclamaban gloria en el cielo y paz en la tierra. El elevado texto leído hoy en las iglesias es más evangelio (buena noticia) que nunca: la Palabra de Dios no sólo se hace hombre, no sólo se hace «uno de tantos», sino que escoge hacerse excluido. ¿No es una clara llamada a un cambio de vida? ¿No está Dios apuntando a quiénes tenemos que mirar, en quiénes tenemos que fijarnos? «Hemos visto su gloria», dice san Juan. ¿Seguro? El rechazo del otro es rechazo de Dios. Que la Palabra no vuelva a estar entre nosotros, un año más, rechazada y sin techo.

La Opinión-El Correo de Zamora, 3/01/10.

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